“La niña que buscó los colores” es una novela autoficcional que nace del recuerdo y del deseo. Una niña –que también soy yo-sale a buscar los colores que el tiempo y el dolor habían borrado. En el camino descubre que los colores no se pierden: se esconden en los gestos, en las miradas, en la ternura de los otros. La Escuela aparece como refugio, como territorio donde la vida se reconstruye a través del amor, la palabra y la escucha. Este libro es un agradecimiento: a quienes enseñan, a quienes acompañan, a quienes alguna vez nos ayudaron a volver a ver el mundo con todos sus colores. Porque educar también es eso: devolverle4 luz a lo que parecía apagado.
A la Escuela, que me enseñó que el AMOR también se aprende, y luego se construye en la proyección con el otro.
La Escuela se convierte en el eje estructural del relato: el lugar donde lo humano se vuelve posible, donde el amor se vuelve conocimiento y el conocimiento en vínculo. Escribir esta historia fue también una forma de educar y de ser educada, en la sensibilidad, en la esperanza, en la mirada que repara. Cada palabra nace como un gesto de gratitud haca quienes, desde la enseñanza o el afecto, ayudaron a recuperar los matices de la vida.
Porque buscar los colores, al fin, es creer que siempre hay algo más por aprender y por amar.
Mirta Veritá
Lleva en su nombre una promesa: veritá, la verdad. Pero no es la verdad rígida de los discursos de la ciencia, sino la que se revela en un gesto, en una ausencia, en el temblor de una palabra escrita con el corazón. Es licenciada en Educación en Filosofía. Madre, maestra, caminante de y montañas internas. externas.
La niña que buscó los colores no es solo una novela: es un acto de memoria, de búsqueda, de encuentro de referentes, un acto de amor, un intento de poner en palabras aquello que durante años vivió en silencio.
Mirta escribe como quien abre una ventana: para que entre luz o para que salga lo que duele.
IG: mirtaverita